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La decadencia del PRI… y su posible regreso


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Sección: Opinión

18 diciembre 2011
La decadencia del Partido Revolucionario Institucional (PRI) fue un proceso muy largo. Inició desde su fundación, tiempo después de terminar la Revolución Mexicana, en 1929, cuando nació formalmente con el nombre de Partido Nacional Revolucionario. El presente trabajo sólo se referirá al devenir histórico del PRI desde 1970, cuando asumió la Presidencia de la República Luis Echeverría Álvarez. Entonces la economía de México se encontraba en pleno crecimiento. Venía de un largo periodo de estabilidad, baja inflación y desarrollo económico dinámico. Desarrollo Estabilizador es el nombre usado por historiadores económicos para caracterizar a la época de 1940 a 1976. Algunos historiadores sugieren que dicho periodo culminó en 1982. En esta etapa, México y buena parte de los países de América Latina crecieron a un ritmo acelerado, alrededor del 6 por ciento anual, y registraron bajas tasas de inflación, lo que permitió construir infraestructura y el florecimiento de las llamadas clases medias.
Horacio Esquivel*
En este periodo, que coincide con el de la segunda postguerra, el mundo desarrollado estaba envuelto en la reconstrucción de Europa a través del llamado Plan Marshall, de modo que los países de América Latina tenían una participación importante en el proceso de exportación de mercancías, materias primas principalmente.
Una de las principales características del periodo del Desarrollo Estabilizador fue la intensa participación del Estado en la economía. En teoría se le llama periodo keynesiano, que debe su nombre al gran economista John Maynard Keynes, diseñador de las políticas económicas que permitieron al mundo entero salir de la gran crisis de 1929, conocida como el Crack del 29.
La adopción de políticas keynesianas permitió a los países en general, y a México de manera específica, crecer rápidamente y generar empleos. Construyó un Estado benefactor. Es importante señalar que esto ocurrió en prácticamente todo el mundo capitalista (el bloque socialista siguió políticas económicas muy distintas, pues ahí no existía la propiedad privada).
Todo lo anterior es importante para entender la decadencia del PRI y, sobre todo, entender por qué no perdió antes de 2000. La respuesta es precisamente que el Estado permitió satisfacer las demandas de bienestar que la población tenía. Había empleo bien remunerado, bajas tasas de desempleo y, en general, la población sentía que cada vez vivía mejor. El costo de no tener una verdadera democracia era poco, comparado con el nivel de satisfacción material que la población disfrutaba; y, salvo algunos eventos coyunturales como el movimiento estudiantil de 1968, las cosas marchaban razonablemente bien.
Sin embargo, en 1970, todo empezó a cambiar y se profundizó un proceso de decadencia que duró 30 años.
Luis Echevarría decidió que ya no iba a manejarse la economía desde la Secretaría de Hacienda y Crédito Público. Hizo una declaración muy torpe: “Desde ahora, la economía se maneja desde Los Pinos”. Esto dio al traste con un largo periodo de estabilidad marcado, entre otras cosas, por la permanencia de sólo un secretario de Hacienda que había durado en el cargo 12 años: Antonio Ortiz Mena.
México inicia entonces una etapa oscura que se conoce en la historia económica como la Economía Presidencial, caracterizada por un fuerte endeudamiento público; una devaluación del peso que pasó del famoso 12.50 pesos por dólar a más de 23, y el nombramiento en la Secretaría de Hacienda de personas no aptas para dirigir la Economía, la última de las cuales fue precisamente José López Portillo, abogado y amigo de infancia de Luis Echeverría, y quien sería el siguiente presidente de México.
El sexenio de Echeverría acabó mal, pero el de López Portillo hizo palidecer a cualquier otro anterior o posterior por el cúmulo de errores que cometió. Lo que debió de ser una palanca de crecimiento, se convirtió para México en su viacrucis: el descubrimiento de grandes yacimientos de petróleo.
En una declaración absurda, López Portillo dijo que “México se prepara para administrar la abundancia”. Al tener petróleo como garantía, el país se introdujo en un nuevo y mayor proceso de endeudamiento. Pensando que el petróleo nos permitiría pagar los créditos con los dólares producidos por su exportación, México apostó todo a una sola carta. No obstante, a la larga, los precios del petróleo bajaron y las tasas de interés internacionales subieron, con lo cual, teníamos menos recursos para pagar deudas más grandes. Sucedió lo que dice un proverbio turco: “Quien bebe a cuenta, se emborracha el doble”.
Si bien lo más grave de ese sexenio fue la estrategia de crecimiento instrumentada, la gran corrupción fue lo que gestó en la gente la idea de que todo en el PRI estaba podrido. En efecto, López Portillo nombró a su amigo de la infancia, Arturo Durazo, símbolo de corrupción, jefe de la policía de la Ciudad de México, iniciando con ello, un periodo aciago para México y los pobladores de la capital, principalmente. Hizo jefe del Departamento del Distrito Federal a uno de los políticos más corruptos de la historia de México, el “profesor” Carlos Hank González, líder de la mafia de Atlacomulco, que amenaza con gobernar México a partir de 2012.
Conocido por ser un frívolo conquistador, López Portillo hizo a su amante, Rosa Luz Alegría, subsecretaria y, más tarde, secretaria de Turismo. A su hijo José Ramón lo nombró subsecretario de la hoy desaparecida Secretaría de Programación y Presupuesto (SPP), bajo el mando del que sería el siguiente presidente de México, Miguel de la Madrid Hurtado. Hombre culto al fin y fiel a su propensión a usar frases grandilocuentes, señaló que su hijo era “el orgullo de mi nepotismo”. Después lo hizo diplomático y más tarde fue nombrado por Miguel de la Madrid representante de México ante la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agrecultura, como una especie de exilio dorado en Italia.
El circo grotesco de López Portillo continuó. Lloró ante el Congreso durante su último Informe de Gobierno. Se divorció y luego se casó con la conocida actriz de cine de ficheras, Sasha Montenegro, no sin antes conducir a México a la peor crisis que hayamos vivido durante el siglo XX, iniciando un proceso que se extendió a toda América Latina, conocido como la “crisis de la deuda” y que lo llevó a tomar tres medidas trágicas: una nueva devaluación del peso que llegó a 82 pesos por dólar (ello a pesar de otra de sus grandilocuentes declaraciones cuando dijo: “Defenderé al peso como un perro”), la nacionalización de la banca y el control de cambios. México entraba en una crisis de la que le costaría más de ocho años salir.
Así, en 1982 inicia Miguel de la Madrid un nuevo período presidencial con un país endeudado, en franca recesión económica, con un pueblo empobrecido por el costo de la crisis, más impuestos y menos gasto. La mala suerte se ensañó con México, pues en septiembre de 1985 sucedió el famoso terremoto que devastó gran parte de la capital de la república.
El pesimismo era generalizado, la crisis económica se extendió a prácticamente toda la población. México sufrió un fenómeno económico conocido como estanflación, llamado así por combinar estancamiento económico e inflación. La economía del país decreció en un contexto en que la población aumentaba. Los precios subían en una escalada inflacionaria que llegaría a más del 150 por ciento en 1987. Estas tres variables combinadas repercutieron en una disminución de la calidad y el nivel de vida de la población. El descontento social aumentó en la medida que la situación económica de México se agravaba.
En este contexto, las fracturas al interior del PRI, producto de luchas por el poder, se manifestaron y estallaron. Dos grupos se enfrentaron: uno autollamado nacionalista, liderado por Cuauhtémoc Cárdenas (hijo del expresidente de México Lázaro Cárdenas, icono de la historia nacional) y otro “reformador”, cuya cabeza visible era Carlos Salinas de Gortari (hijo de un político intrascendente de las décadas de 1950 y 1960).
El grupo de los nacionalistas fue expulsado del PRI, por oponerse a la imposición de un nuevo candidato y por exigir reformas y cambios al modelo económico que, paradójicamente, no era el que había llevado a la crisis al país, pero era incapaz, a la luz de los hechos, de sacarlo de ella.
Este nuevo modelo económico que se implantó en México y América Latina es conocido en la literatura política y económica como neoliberal. Se caracteriza por promover la reducción del gasto público, la privatización de empresas estatales, la desregulación y apertura comercial. Nada en sí mismo malo, incluso puede ser benéfico; el problema está en los excesos. México y Argentina, sobre todo, siguieron este modelo de manera puntual.
Con la expulsión del grupo de Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo del PRI, inició un proceso que desencadenó una serie de cambios en el sistema político mexicano y que son el catalizador de la llamada democratización de México. Si bien Cárdenas no ganó formalmente las elecciones de 1988, sí sentó las bases para la posterior derrota del PRI.
Las elecciones de 1988 fueron las más polémicas de la historia reciente de México, hasta que en 2006, cuando según expertos de todo tipo, un nuevo fraude electoral convalidó el triunfo de Felipe Calderón. El año 1988 marca un hito y es un parteaguas en la historia que contamos de manera breve. Prácticamente toda la oposición se unió en torno a la figura de Cárdenas. Este proceso dio pie a un evento funesto conocido en México como “la caída del sistema”: ante los apabullantes resultados contrarios al PRI, el secretario de Gobernación, Manuel Barlett Díaz, por acuerdo con el presidente De la Madrid, mandó desconectar las computadoras que registraban los resultados del proceso electoral y dijo ante un público incrédulo que el sistema informático se había caído.
Al poco tiempo de tomar posesión como presidente de México, Carlos Salinas de Gortari, emprendió una labor de “limpieza” de la elección. Un evento extraño fue que se incendió el Congreso, donde se guardaban las boletas de la elección presidencial. Al quemarse éstas, se perdió la evidencia de lo que algún día la historia podría haber revelado: quién ganó la elección de 1988. Salinas ganó formalmente, pero a un costo que contribuiría a la transición al cabo de 12 años.
Durante su gobierno hizo una serie de reformas económicas, privatizó empresas, bancos, Teléfonos de México; reformó el artículo 27 de la Constitución para permitir la inversión privada en los ejidos; vendió líneas aéreas y llevó a México a la firma de varios tratados comerciales, el más importante fue el Tratado de Libre Comercio con América del Norte (TLCAN) ente firmado con Estados Unidos y Canadá, una decisión que no es en sí misma mala; de hecho, es considerada la mejor acción de gobierno que haya tomado.
Quizá el mayor problema haya sido la ingente corrupción que hubo en el proceso de privatización, sobre todo de la banca, lo que a la sazón llevó a México a una nueva crisis.
Otra torpeza cometida por Salinas fue el hecho de mantener fija la paridad cambiaria, lo que presionó fuertemente las cuentas externas de México. Esto nos llevó a un déficit de la cuenta corriente de la balanza de pagos que, para compensarse y atraer capital de corto plazo, recurrió al alza de las tasas de interés con su consecuente efecto recesivo.
Aunado a este déficit externo y al aumento de las tasas de interés, el ambiente político fungió como la chispa que encendió el fuego. Estos eventos fueron el asesinato de Luis Donaldo Colosio, candidato del PRI a la Presidencia de la República, el 23 de marzo de 1993; el asesinato, en septiembre de 1994, de José Francisco Ruiz Massieu, secretario general del PRI; y, aún más importante, el surgimiento el 1 de enero de 1994, fecha en que entraba en vigor el TLCAN, de una guerrilla en el Sureste de México conocida como Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), liderada por el Subcomandante Marcos.
Asustados, los mercados financieros internacionales iniciaron una fuga de capitales que llevó a la devaluación del peso el 15 de diciembre de 1994, una devaluación del ciento por ciento que se conoce como el “error de diciembre”, por el torpe manejo que hizo de esta situación el que entonces era secretario de Hacienda de Ernesto Zedillo, Jaime Serra Puche. El gobierno de Zedillo apenas llevaba en el poder 15 días y ya tenía en puerta una nueva crisis económica de la que tardaríamos dos años en salir. México iniciaba otro sexenio con crisis devaluatoria y recesión económica.
Hay que recordar que la campaña del miedo y la división de la fuerzas de oposición a la que contribuyó Diego Fernández de Cevallos, como candidato del Partido Acción Nacional (PAN) a la Presidencia en 1994, una campaña mediática comandada por Televisa, en la que se describía como riesgo para México a Cuauhtémoc Cárdenas abrieron la puerta para un nuevo triunfo del PRI en la persona de Ernesto Zedillo, quién habría de pagar el favor reconociendo el triunfo de Vicente Fox en 2000.
Paradójicamente aquello de lo que se prevenía a la población en caso de que votara por Cárdenas, fue lo que pasó con Zedillo. Su lema de campaña fue: “Yo sí voto por la paz” y se prevenía a la población de que, de votar por Cuauhtémoc Cárdenas, el país entraría en un proceso de devaluación del peso, inflación y recesión. Fue lo que sucedió exactamente, pero con Zedillo.
Después del asesinato de Colosio, el candidato sustituto y eventual ganador de la contienda de 1994, Ernesto Zedillo Ponce de León, siguió por la misma senda que su antecesor en la Presidencia, ambos economistas, formados en universidades de prestigio en Estados Unidos, como casi todos los miembros principales del gabinete salinista y zedillista. Quizá el más conspicuo fue Pedro Aspe Armella, egresado del Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM), doctorado en economía por el Massachusetts Institute of Technology y artífice de la crisis económica de 1995. Extrañamente, la historia no lo registra como corresponsable de esa debacle financiera.
Estos datos son importantes para dar una idea de la formación ideológica del grupo gobernante a partir del sexenio de Miguel de la Madrid, época en la cual los llamados tecnócratas toman el poder. Se trata de una generación desarraigada de los valores tradicionales que habían prevalecido en la vieja cultura priísta del nacionalismo Revolucionario, que llevó a algún analista a calificarlos como “la primera generación de estadunidenses nacida en México”.
Este grupo se caracterizó por contar con doctorados en universidades extranjeras, principalmente de Estados Unidos, ser egresados de universidades privadas como el ITAM o el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, tener una orientación hacia la empresa privada y promover las bondades del mercado como ente autorregulador, reflejo de lo que pregonaba el economista estadunidense más neoliberal e influyente de todos: Milton Friedman.
En este contexto surgió el llamado Consenso de Washington (1990), que consiste en una serie de recetas económicas sobre “el buen gobierno”. El Consenso promueve la idea del Estado pequeño que cede sus principales funciones a la iniciativa privada, como son incluso energía y seguridad, pasando por privatización de empresas públicas, desregulación y apertura comercial. Estas medidas llevaron entre otras cosas a la gran crisis argentina de 2000.
Durante el sexenio de Zedillo, los años de la primera mitad fueron dedicados a resolver la situación económica, legado de Salinas de Gortari, sin que Zedillo pueda ser exculpado, toda vez que durante el sexenio de su predecesor fungió como secretario de Programación y Presupuesto, y de Educación.
Durante esos tres años de devaluación, decrecimiento, inflación y crisis del sector financiero previamente privatizado por Salinas, el gobierno, con el aval del PAN, cuyo presidente era nada menos que Felipe Calderón, realizó el famoso rescate de la banca, que consistió en nacionalizar de facto algunos bancos y convertir en deuda pública la deuda privada de dichas instituciones.
En otras palabras, se volvieron de todos los mexicanos las deudas que contrajeron unos cuantos empresarios, a los que Salinas había vendido la banca nacional. Gran negocio para ellos. La deuda que asumió el gobierno y, en consecuencia, todo México fue de más de 100 mil millones de dólares, equivalente a por lo menos el 20 por ciento del producto interno bruto.
No hubieron grandes medidas durante el sexenio zedillista, pero sí algunos escándalos políticos y familiares, como el encarcelamiento del “hermano incómodo” de Salinas, Raúl, chivo expiatorio de la crisis; algunos excesos de algún hermano de Zedillo y devaneos de su hijo mayor. Pero las noticias importantes fueron cierta recuperación del producto interno bruto, reprivatización y venta a la banca extranjera de la banca rescatada y formación del Fondo Bancario de Protección al Ahorro, ahora Institución para la Protección al Ahorro Bancario, mediante lo que se reconocía como deuda pública las deudas privadas de banqueros.
El desgaste del PRI era muy grande. Fue, sin duda, el principal factor que detonó la transición y la derrota de su candidato, Francisco Labastida Ochoa, en 2000. Pero la realidad es que los medios se habían abierto un poco más. La gente esperaba un cambio y el PAN tenía a un candidato dicharachero y popular, que aprovechó perfectamente esa ansia de cambio. Zedillo no tuvo ningún reparo pues, en verdad, nunca tuvo en mente ser presidente (no fue el candidato original en 1994 y llegó de rebote) ni tenía aspiraciones transexenales, como las tuvieron Salinas y Luis Echeverría.
De este modo, las elecciones de 2000 constituyeron una esperanza que se materializó en el triunfo del PAN; y más tarde, en una oscura decepción: gobiernos maniqueos, mediocres e ineficaces que, con 12 años de desgaste encima y un país dividido e inseguro, permitirán muy probablemente el regreso del PRI a la Presidencia de México.
* Doctor en economía y maestro en administración pública; coordinador de la especialidad en microfinanzas de la Facultad de Economía de la Universidad Nacional Autónoma de México